Yo, sentada en el borde de la ventana de mi habitación, observaba -todavía lo sigo haciendo- como su oxígeno sintético cubría las nubes tiñéndolas de rojo. Esa especie de aire se había apoderado de sus últimas migajas de consciencia y cada corazón dejó de latir y bombear, se apagó, dejó de sentir, de querer y de quererse, de ser.
Yo espero con las alas abiertas un milagro, algo parecido a la fe que me invada, que sea firme y no escape, que me retenga aquí, con los pies fríos pero vivos y la mente clara.
Ellos y ellas tambaleándose frente a mis ojos, espeluznantes, sin vida, con muerte, con nada.
Como alfileres que desgarran promesas.
Hoy levanto la cabeza hacia el alma y le pido al cielo sin su Dios que salve sus corazones.
Quizá aún estemos a tiempo para ello. Quizá no.
Después de todo, esta es su Era.
Tenía que ocurrir.
1 comentario:
Esperanza, lo último que se pierde... Ahora ya no queda ni un ápice, verdad.
Bonito texto.
:)
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