31.1.12

A de aire.

Mantengo la calma mirando hacia el mar. El horizonte no me asusta.
Cojo aire.
Lo dejo ir.
Lo atrapo con las manos.
Se va.
Me deja aquí, en medio de la arena.

Aire de mis entrañas... siempre tan resbaladizo.

29.1.12

Plumas cayendo como agua de lluvia.

Los cuervos me atormentaban por la noche. Durante el día observaban fríos mis ojos y mi corazón. Y ya no sabía si querían mirarlo o arrancármelo a picotazos.
Malditos cuervos... criaturas de la mugre y mi carne música para sus paladares. Sólo percibían el fin.

Ardió el cielo y se rompió en mil pedazos.
Aullaban los lobos, la carne no les bastaba y sus ojos inyectados en sangre recorrieron tierras perdidas en busca de una respuesta.
Y yo estaba ahí, frente a ellos, frente a esos ojos color miedo que se apoderaban de mis últimos ápices de valía y en mi piel se clavaba su orgullo frustrado.
Me miraban. Me miraban muerte. Me miraban mierda y abismo. Pero a la vez, sus almas me miraban vida, me miraban cielos que hablaban agua.
Deseaban que el mundo volviera a girar.

Más allá de la escasez la madre Tierra temblaba, llorándole a una Luna sorda y muda por el paso de las guerras del mundo que en su regazo quedaban marcadas.

Le pedí al Sol que todo volviera a ser como antes. Que al alba todo resplandeciera y me cegara la vista, que sus destellos amarillos y rojos y a la vez transparentes me devolvieran la energía que el propio ser humano estaba reduciendo a cenizas.

Nos quedábamos sin piel. Ardíamos como nuestros ojos y no nos dimos cuenta del daño que podían llegar a hacer una mente y dos manos.

Nos basábamos en la ignorancia y en pedir. En hacer ver que dábamos. En reprimir. En criticar. En abusar. En humillar. En reducir. En insultar. En herir.

En matarnos a nosotros mismos.

No queríamos darnos cuenta que el Diablo habitaba en nuestro interior y siempre seguía ahí, en nuestros adentros.
Como plumas cayendo como agua de lluvia. Incolora. Insípida.
Insensible.

No nos bastaba nada. Ni siquiera el miedo.






Todos éramos hermanos, al fin y al cabo. Pero no importaba.
No al menos durante esos años de servicio a la muerte.
Fue por ese entonces, que al alzar los brazos al aire las palomas
revoloteaban empapadas de angustia por esos corazones
cargados de metralla.