Ya no hay cadenas que aten mis ideales y el amor enfermizo hacia ti, mi Cuervo. Ya no puedo seguir tratando de evitar al Diablo que hay en tu mirada de fuego. Ya no puedo -ni quiero- escapar de tus alas abrazándome cálidas en los días de invierno. Ya no puedo evitar el sabor de tus labios sangrientos ofreciéndome el manjar de mi vida una vez por cada segundo que pasa. Ya no puedo evitar el roce de tu piel con la mía, y que ambas echen a arder como si no hubiera agua en los mares que invadían las playas que disfrutábamos todas las tardes de brisa leve y aquel olor a noche acercándose a nuestras pupilas.
Has forjado tu nombre con mi corazón y ya no hay vuelta atrás.
A veces me pregunto si es normal quererte tanto, tantísimo, hasta el punto en que el fuego que arde en mi ya no me quema y necesito más.
Incluso lejos de ti ardo, como tus ojos malditos y tu piel prendida de cianuro.
A veces me pregunto si es normal quererte tanto, tantísimo, hasta el punto en que el fuego que arde en mi ya no me quema y necesito más.
Incluso lejos de ti ardo, como tus ojos malditos y tu piel prendida de cianuro.