21.11.11

A ti, abuelo.

Tú, que te fuiste sin decir nada y me dejaste aquí, frágil, con las alas blandas y 5 añitos medio vividos.
Se apagó el Sol para todos pero tú seguías alumbrando el mundo.
Que sepas que siempre has sido y seguirás siendo mi estrella guía. Que sin ti mis días serían negros y mis noches abismos.
Que tu luz me hace camino allá donde vaya y me cantas cual sirena canta a su marinero, mas no me engañas y traes la paz a mi mente.
He de decir que te echo de menos. Demasiado de menos. Echo de menos que me persigas con tu motocicleta a paso de caracol, que me molestes, me hagas reír, que me abraces, que me obligues a vivir. Echo de menos demasiados momentos que no han ocurrido; te fuiste pronto. Echo de menos tu voz (aunque apenas la recuerde). Echo de menos tu aroma, tus besos en la mejilla y tus días de mal humor. Tus risas. Tus llantos -si los tuviste-. Echo de menos tu esencia y tu juventud. Tus paseos a caballo.
Doy gracias a mi madre por hablarme de ti y hacer que tu recuerdo sea más firme.
Y te doy gracias a ti... ¿sabes por qué? por el simple hecho de haber nacido y existido. De veras, gracias.

Te quiero, abuelo.


Postdata: Todavía sigo mirando al cielo por si te veo y, que sepas, que siempre me fijo en la estrella más grande. Tan sólo te pido una sola cosa: no dejes de pensar en mi, sé que sigues ahí.






Todos éramos hermanos, al fin y al cabo. Pero no importaba.
No al menos durante esos años de servicio a la muerte.
Fue por ese entonces, que al alzar los brazos al aire las palomas
revoloteaban empapadas de angustia por esos corazones
cargados de metralla.