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14.3.12

Vísceras de la sociedad.

He volteado los edificios con mi mirada y ahora me siento pequeña, frente a ellos, frente a esa escoria que rodea mi piel a unos metros de distancia.
No debería permitirlo ni siquiera el más cabrón. Pero le gusta enorgullecerse. Él es así. Y ellos también.

Ellos, que son el aborto jamás realizado. Ellos que me miran y sonríen. "Tomad, tomad y comed. Alimentaos de vuestra propia mierda", decían. Nos pedían que confiáramos en ellos. Ellos, que me sacuden los huesos y yo mantengo firme el cerebro.
Jamás las odiaré tanto.
Y jamás olvidaré esas sonrisas de oreja a oreja que quisiera recortar con mis propias uñas.
Malditos.
La guerra no ha hecho más que empezar.

4.3.12

Gracias, pasado.

Cada vez me doy más cuenta de lo mucho que han valido la pena los golpes que he ido recibiendo a lo largo de mis dieciocho años de vida.
Bien es cierto que todo sucede por una razón y ha sido digno de sentido.
Ha valido la pena ser recibidora de putadas múltiples y aprender de las cosas de la vida y de la muerte. Ha valido la pena recibir demasiada mierda diaria de tantos cabrones e hijos de puta.
Doy gracias a mis días negros por tornarse grises y ser hoy en día transparentes. Ansiaba conocer a esa cosa llamada felicidad.
Ahora sí, me siento viva. Y ningún jodido humano en este jodido planeta va a poder evitarlo.

19.11.11

Alma de piedra (Yolanda).

Estaba al borde de la locura insana; tenía los pies fríos y los labios ardientes como la llama que crecía en su mirada.
Se acercaba a mí. Me aseguró que su vida de mierda era cierta y que era fruto de la naturalidad de sus días grises, que no me mentía y que ninguna persona era demasiado desgraciada como para vencer su desidia. Se destrozaba por dentro, con cada trago de mercurio sus días iban atenuándose al paso de los fantasmas que dibujaba con el humo de su alma.
Éramos jóvenes, demasiado como para no tener miedo. Pero ella no lo tenía; y nadie más que no fuera ella, podía ser la Reina de la muerte.





(Baila, Yolanda. Sacude tus huesos y desintégrate el corazón. Te estaré esperando en el otro lado)






Todos éramos hermanos, al fin y al cabo. Pero no importaba.
No al menos durante esos años de servicio a la muerte.
Fue por ese entonces, que al alzar los brazos al aire las palomas
revoloteaban empapadas de angustia por esos corazones
cargados de metralla.