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12.3.12

Retablos de muerte.



Cada madrugada a las doce horas y séis minutos contemplaba sus ojos malditos.
Mis insaciables ganas de él me encarcelaban en su cuerpo sin ni siquiera tocarlo y lo sentía como nunca antes lo había sentido.

El sabor de sus labios hacían que mi aliento se convirtiera en pólvora; me ardía la boca y él olía a sangre mientras sus manos recorrían mi cuerpo al ritmo de los latidos de mi corazón.

Los dos éramos como uña y carne, y él esculpía mis contornos como si se trataran de retablos de madera.
Me tallaba hasta el alma. Y yo ardía. Y él mostraba el hielo en sus ojos deshaciéndose en llamas.
Y su efímera tempestad regresaba como el ritmo de los latidos de su corazón y el vaivén de sus pupilas se difundía en mí.


Traspasemos los límites de lo prohibido, mi Cuervo. Que tus alas despeguen justo en el momento en que yo vaya a aterrizar, y me abracen fuerte, muy fuerte. Tanto, que pueda notar la sangre fluyendo por las venas de tu corazón endiablado.

3.3.12

Déjà vu.

Me atreví a mirar a esos ojos de Infierno.
Lo curioso es que me sentía como en casa. Como si ya hubiera vivido esa mirada. Como si ya hubiera tenido delante de mí al mismísimo Diablo.
Sin embargo, cuanto más le abrazaba, cuanto más le besaba, cuanto más le amaba, más ganas tenía de él y de sus labios muertos. Y nunca, nunca hasta ese instante, conseguí retomar el camino que me pertenecía, pues ese cuervo me devolvió a lo que yo ansiaba llamar vida.

Se llenaron de felicidad mis ojos y la lujuria podía conmigo más rechacé evitarla. Era como poseer un cuerpo cuya sangre yace congelada esperando su turno de agresión.

Con el paso del tiempo me iba dando cuenta de que nuestro mundo, nuestras costumbres y nuestra vida, así como lo que nuestros corazones sentían, permanecía intacto; y sí todo eso había de cambiar de algún modo, debía cambiar a mejor. ¿Y qué mejor que su mirada  y sus labios apocalípticos?
¿Qué mejor que su piel candente y los minuciosos trazos que dibujan su cuerpo? ¿Qué mejor que vivir entre sus alas y morir entre su alma?
¿Qué mejor que retroceder una vez y otra y por mucho que siga retrocediendo seguir contemplando la perfección de su ser?

Demasiado insensato sería no dejarme llevar por sus propósitos.

25.9.11

Que la muerte no haya de ser nuestro obstáculo.

Porque yo te seguiré amando como el primer día de nuestras vidas juntos; y después del Armagedón, mi corazón seguirá latente sólo por ti, sobre el tuyo, retumbando como el océano dentro de nuestros pechos, donde el fin del mundo queda demasiado lejos para notarlo y demasiado cerca para poder ahuyentarlo.

Y recordaré nuestra cama, nuestros huesos y las caricias que me regalabas cada amanecer sin pedir nada a cambio, tu piel de cisne y tus labios de sangre. Recordaré nuestras vidas y lo que continúa de ellas. Recordaré el calor de tu alma y enjuagaré nuestros corazones, los pondré a secar y los contemplaré mientras renacen. Entonces cuando se hayan fusionado, te diré al oído que somos uno.


Y tú, empapado de muerte y tan tierno me mirarás y yo te miraré; quizá disimule pero no, hoy no tengo ganas y quiero amarte como nunca, quiero caer sobre tu cuerpo y saborear tus poros, quiero pintar sobre tu piel la mayor obra maestra jamás creada en este maldita vida y romper el tiempo que osa separar nuestras lenguas, que no podrá desenredarnos ya ni en sueños.
Y sin más, el Sol y la Luna bailarán con la muerte y le confesarán a la vida que cada noche -todas y cada una de ellas-, hacían el amor por entre las nubes del cielo.

Mañana te miraré fijamente a los ojos y susurraré los versos de nuestra historia.

Gracias por ser.






Todos éramos hermanos, al fin y al cabo. Pero no importaba.
No al menos durante esos años de servicio a la muerte.
Fue por ese entonces, que al alzar los brazos al aire las palomas
revoloteaban empapadas de angustia por esos corazones
cargados de metralla.