8.10.11

El lago de las mentiras.

Arrastré inconscientemente mi cuerpo hacia ese lugar. Me quedé sentada un rato contemplando aquellas aguas boreales donde flotaban cientos, miles, millones de barquitos de papel, todos ellos -al menos la mayoría- escritos con verdades que no son verdades pero fingen serlo.
Si aquel lugar, aquel momento en el que yo estaba ahí, sentada, leyendo del agua era cierto, no podía ni si quiera creerlo.
Me asusté y retrocedí unos tres o cuatro metros atrás, fijando con miedo mi mirada en aquel lago de mentiras que me susurraban y me aturdían la mente.




Volví a retroceder unos pasos atrás a la vez que me levantaba y salía corriendo. Recorrí un camino rojo -y negro, a veces-, hasta llegar a un pequeño campo de maíz. Agudicé la vista; había algo por entre ese maíz que no era maíz. Era un espejo de pie.
Me acerqué para mirarme de frente en ese espejo cuando, de repente, éste empezó a ondear lentamente, como si fuera a deshacerse. Toqué el espejo para ver de qué estaba hecho con la sorpresa de que mi mano quedó encallada en el espejo adentrándose en él. Me arrastró consigo.
Atemorizada cerré los ojos deseando no ver nada más que el camino de vuelta a casa.




Pasados unos segundos, me atreví a abrir los ojos. Volvía a estar allí; en el mismo lago. En las mismas mentiras. Traté de despertar, mas todo intento fue en vano. No podía creer todo lo que estaba viendo y deseaba volver a casa.
Me arrodillé y miré al cielo -si es que podía llamarse cielo-. Suspiré entrecortada dejando caer una sola lágrima de cada ojo.
De repente, escuché un tenue sonido de cascabel que se iba intensificando conforme iba acercándose hacia mi. Bajé la vista. Frente a mí, un gato disfrazado de conejo se detuvo ante mi.
Me miró.

- ¿Has venido a reírte de mi?
- No y sí.
- ¿Cómo? -pregunté confusa-
- No me río de ti. Pero me estoy riendo de ti también. Aquí nunca se sabe...
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Que no sabes donde estás; ¿o sí?
- P...pero... -el gato disfrazado de conejo me confundía cada vez más. Comencé a llorar de nuevo-
  ¿Por qué me dices eso, y dónde está el camino a casa?
- ¿A casa? -respondió burlón-
   No existe ningún camino a casa. Quizá puede que exista, pero no. O quien sabe si exista. Aunque lo dudo, pero es posible. ¿Tú qué dices?
- ¿Qué? ¿Pero qué es todo esto? ¿Por qué estoy aquí? ¡¿Por qué?!
- Porque es un sueño, chiquilla, o quizá no. ¿Por qué iba a ser, si no?
- ¿Por qué me preguntas a mí y cómo iba yo a saberlo? Tengo miedo...
- ¿Miedo? Tú sólo despierta.



Abrí los ojos y miré hacia el armario, escuchando a la vez el tic tac que sobrepasaba las séis de la madrugada. Bajé la vista hacia el suelo, confusa. Y allí, como en el sueño, volví a escuchar el sonido de un cascabel que me aturdía el sentido de la lógica.

Volví a despertar.

No hay comentarios:







Todos éramos hermanos, al fin y al cabo. Pero no importaba.
No al menos durante esos años de servicio a la muerte.
Fue por ese entonces, que al alzar los brazos al aire las palomas
revoloteaban empapadas de angustia por esos corazones
cargados de metralla.