22.6.12



Burlé a la Muerte un par de veces y, cuando parecía que ésta iba a acabar conmigo, se echó atrás. Le llevaba seiscientos sesenta y seis pasos por delante; y tarde o temprano terminaríamos cruzándonos las miradas. La esperé mal sentada en el sofá observando mi mano izquierda sujetar la copa vacía que más tarde llenaría con su frustración.



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Todos éramos hermanos, al fin y al cabo. Pero no importaba.
No al menos durante esos años de servicio a la muerte.
Fue por ese entonces, que al alzar los brazos al aire las palomas
revoloteaban empapadas de angustia por esos corazones
cargados de metralla.