4.7.12

Cuando nuestro niño interior muere.

Ese instante de peregrinidad en el que nuestro cuerpo se halla entre el bien y el mal. Nada que no sea neutral existe. Las nubes dibujan nuestro rostro y el aire huele a corazón.
Ese pequeño detalle entre la niebla a lo lejos nos indica que es el momento de arrancarnos las primeras alas y dar paso a las segundas.
Ese diminuto instante en el que conseguimos convertir la mierda en asfalto y caminar sobre él, rumbo a nosotros mismos.
Ese instante. Ese insignificante e invariable instante en el que nuestro niño interior muere.

La mayoría de las veces sólo llegamos al común estado de shock y nuestras alas se pudren hacia nuestra consciencia, sin freno, sin lujuria por la vida y lo prohibido se aleja de nuestros sentidos.
Morimos con cada aliento sin vida y sin sexo. Nuestro cerebro se torna gris y nuestra coraza se transforma en un cristal artificial que se nos rompe con las miradas de muerte de los vivos muertos por su propia muerte mental. Casi como el caos dentro del caos sin remedio nos hallamos a nosotros mismos sin melodía ni sentido y miramos sin color.

Más allá de la sociedad y los placeres carnales el mundo grita desnudo hacia el fuego.
Y ese niño vuela y nos llama, quiere volar con nosotros y sus flechas se clavan en nuestras pupilas y suspende nuestras conexiones. Cuando llegue el momento de responder a su llamada nosotros nos habremos marchado a ningún sitio, donde el asfalto se convierte en mierda, nuestras segundas alas se despedazan a sí mismas y nuestro corazón huele a nada.

Quizá nuestro niño interior haya provocado su muerte por nuestro mal más que por nuestro bien y debimos amarlo y conservarlo a nuestro lado y para siempre.
Quizá la verdad sea que no existe lo neutral.
Quizá el bien y el mal son dos polos no opuestos divididos por un Dios hipócrita e infernal.

1 comentario:

Zazish dijo...

Esa capacidad de coger las palabras perfectas para atiborrarme a escalofríos.

"Casi como el caos dentro del caos sin remedio nos hallamos a nosotros mismos sin melodía ni sentido y miramos sin color."

Tengo una madre (lógicamente) que me dice que las personas que te desean eso de "no cambies nunca" en realidad te están echando una maldición. Que las personas tienen que cambiar y madurar para ser felices.

Nunca he sido capaz de expresarle las ganas de vomitar que me provoca esa perspectiva.

Hacia el final insinúas que quizás nuestro niño interior murió no por hacernos bien, sino todo lo contrario. Creo que hay un tipo de personas que realmente es feliz con la vida después de esa muerte del alma.

Y eso, la felicidad después de esa muerte es lo aterrador.







Todos éramos hermanos, al fin y al cabo. Pero no importaba.
No al menos durante esos años de servicio a la muerte.
Fue por ese entonces, que al alzar los brazos al aire las palomas
revoloteaban empapadas de angustia por esos corazones
cargados de metralla.