25.9.11

Hijos de la mugre.



Atrincheraron su posición y escupieron al suelo: el primer día del fin estaba cerca.
El pelotón de fusilamiento miró al cielo y exclamó: -¡la eternidad es nuestra, compañeros!

Pocos la consiguieron, mas el viento les daba en la cara como los golpes de bala y sus corazones estallaban en mil pedazos en dirección al Infierno. Sus días se tornaban grises y en aquellos tiempos corrían aires de muerte y injusticia.
Las cartas de llanto gritaban a las esposas y las madres sin perdón, y los niños de la guerra morían demonios en aquella tierra de nadie. Tan sólo lágrimas de sangre marcaban el paso del camino y mostraban la historia de una guerra que jamás debió empezar.


P.D.: Sé que esto no ha terminado. Y si hubiera perdón para todos... quizá algo parecido a un dios acuda a salvarlos.

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Todos éramos hermanos, al fin y al cabo. Pero no importaba.
No al menos durante esos años de servicio a la muerte.
Fue por ese entonces, que al alzar los brazos al aire las palomas
revoloteaban empapadas de angustia por esos corazones
cargados de metralla.